
Comayagua es una ciudad en el centro de Honduras ubicada en un valle del mismo nombre. Ocupa un lugar fundamental en la historia de la nación, habiendo servido como su capital colonial y republicana temprana durante más de 300 años. Sin embargo, cuando la capital fue reubicada a Tegucigalpa en 1880, la expansión urbana de Comayagua se detuvo, preservando inadvertidamente un amplio y rico patrimonio. A principios de la década de 1990, gran parte del legado arquitectónico de la ciudad estaba en un estado de deterioro. Reconociendo la urgente necesidad de protegerlo, los gobiernos de Honduras y España iniciaron un esfuerzo colaborativo, con el objetivo de poner en marcha un programa de restauración a largo plazo para crear un marco de políticas que asegure la preservación del centro histórico de la ciudad por los años venideros.
La ciudad de Comayagua fue fundada estratégicamente por España en 1536, en un lugar elegido por su posición central en lo que hoy es Honduras: situada entre las costas del Caribe y del Pacífico, y a igual distancia de las ciudades de Antigua Guatemala y León en Nicaragua. Al igual que cualquier otra ciudad española en América, su tejido urbano fue diseñado de acuerdo con las Leyes de Indias. Así, presenta un plan de cuadrícula clásico centrado en una plaza y dominado por el principal hito arquitectónico de la ciudad: la Catedral.

Según las notas del historiador hondureño Mario Martínez, la estructura fue completada a principios del siglo XVIII; es un notable ejemplo de arquitectura barroca americana. Su fachada cuenta con un reloj del siglo XII, que se cree es el más antiguo del continente. El interior presenta cuatro retablos dorados y una escultura del Cristo de Salame, una obra atribuida al artista barroco sevillano Andrés de Ocampo, considerado el único ejemplo de su trabajo en América. La historia de la catedral está marcada por la resiliencia de su diseño, habiendo soportado varios terremotos y conflictos que han moldeado el paisaje arquitectónico de la ciudad a lo largo de los siglos.
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La planificación estandarizada de las ciudades latinoamericanas: siguiendo el modelo de las Leyes de IndiasSegún un informe de 2008, a principios de la década de 1990, las autoridades hondureñas confirmaron el deterioro generalizado de los centros históricos de la nación, siendo Comayagua una prioridad. Los problemas identificados eran multifacéticos: la construcción carecía de permisos o supervisión; edificios de alto valor arquitectónico estaban siendo demolidos debido a la falta de recursos técnicos y financieros para su conservación; los espacios públicos estaban en malas condiciones con pavimentación inadecuada y movilidad peatonal deficiente; el cableado aéreo creaba contaminación visual, y la población local mostraba un desinterés general por preservar estos monumentos.


Para abordar la situación, las autoridades redactaron un Plan Maestro para el programa Comayagua Colonial (PCC) a finales de 1995, destinado a aprovechar la experiencia de arquitectos y urbanistas para crear un marco de políticas integral y sostenible. Su papel no era meramente supervisar la renovación de edificios individuales, sino influir activamente en la creación de nuevas regulaciones urbanas y educar a la población local sobre el valor de su entorno construido. El marco del programa, delineado en el informe de 2008 mencionado anteriormente, garantizaría que la ciudad pudiera mantener su valor histórico mientras ofrecía calidad de vida a sus habitantes, basado en tres pilares:
- La Oficina del Centro Histórico (OCH): establecida para brindar supervisión regulatoria continua y orientación técnica.
- La Escuela Taller: diseñada para capacitar a una nueva generación de artesanos expertos en técnicas tradicionales de restauración, creando así una fuerza laboral local cualificada.
- Proyectos de Intervención Crítica: se ejecutan para restaurar arquitectura monumental y plazas públicas, sirviendo como ejemplos tangibles del trabajo del programa.

Un desafío significativo fue la ausencia de cualquier precedente similar en Honduras. Los profesionales de la arquitectura y otras partes participantes tuvieron la tarea de desarrollar e implementar un plan desde cero, asegurando que todas las renovaciones no solo fueran estructuralmente sólidas, sino también históricamente precisas para preservar el carácter original de la ciudad.

El éxito del programa dependía en cierta medida de la comunidad local. Los arquitectos/as y gerentes de proyectos comprendieron que sin la participación ciudadana, el proyecto no tendría éxito. La Escuela Taller fue una herramienta principal para fomentar esto. Al capacitar a jóvenes en oficios tradicionales, la escuela no solo creó mano de obra calificada para la restauración del patrimonio artístico y arquitectónico, sino que también facilitó su integración social y en el mercado laboral. De esta manera, la participación activa de los estudiantes en los proyectos de intervención crítica vinculó directamente su educación a la transformación física de su ciudad, mientras rescataban oficios tradicionales en el proceso.

A través de talleres públicos y campañas educativas, el programa desafió la percepción común de la restauración del patrimonio como un proceso meramente estético limitado a edificios monumentales. La restauración de plazas públicas, por ejemplo, demostró ser un catalizador para una revitalización más amplia. Las mejoras en estos espacios compartidos alentaron a los propietarios cercanos a invertir en sus propios edificios, llevando a una mejora más amplia del conjunto urbano. Este proceso, a su vez, creó más desarrollo económico ya que los edificios renovados se transformaron en hoteles boutique, restaurantes y centros culturales, generando empleos y atrayendo turismo. Este proceso reposicionó efectivamente muchos de los edificios históricos de la ciudad de monumentos estáticos y en decadencia a activos económicos dinámicos.

Un estudio de 2006 encargado por la ciudad de Comayagua confirmó el impacto del programa. Concluyó que la revitalización del centro histórico contribuyó a una mejor calidad de vida para sus residentes, con una encuesta que mostraba que el 61% de la población sentía que el proyecto había contribuido al desarrollo general de la ciudad. La iniciativa también fortaleció significativamente la imagen y la credibilidad de las instituciones participantes como guardianes de la cultura local y el bienestar público.


El proyecto Comayagua Colonial puede proporcionar un modelo claro para la preservación urbana en Honduras. Su éxito se basó en un marco estratégico donde el conocimiento arquitectónico se aplicó a la formulación de políticas y la educación comunitaria, influyendo en última instancia en futuros marcos en el país. Al empoderar a los residentes locales y establecer regulaciones urbanas claras, el programa garantizó que la restauración de la ciudad fuera un proceso continuo y sostenible. La revitalización de la ciudad sirve como un estudio de caso sobre cómo los arquitectos y arquitectas, trabajando en una capacidad multidisciplinaria, pueden influir en la vitalidad a largo plazo de un lugar histórico al cerrar la brecha entre la significancia histórica y la planificación urbana moderna.
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