
Ni moda pasajera ni amenaza permanente: la alarma inicial va quedando atrás. La inteligencia artificial comienza a ser adoptada por muchos como una herramienta estratégica que, si se integra con responsabilidad, puede resultar muy valiosa, sobre todo en procesos participativos de diseño urbano enfocados en la infancia y la juventud.
Para profundizar en este cruce entre tecnología, ciudad y nuevas generaciones, conversamos con Dolores Victoria Ruiz Garrido, arquitecta y fundadora de Little Architects, programa creado hace más de una década en la Architectural Association (AA) de Londres. Con más de 15 años de experiencia en urbanismo participativo, destaca que la IA puede ser una herramienta poderosa si se utiliza con ética y propósito, en especial para enriquecer la educación y los procesos de diseño con enfoque comunitario. Pero advierte: “La ciudad no se entiende desde la pantalla, sino desde el cuerpo, el paseo y el asombro. Por lo tanto, antes de modificar la ciudad generando imágenes sorprendentes o visualmente bellas, debemos enseñarla: observarla, comprenderla y vincularse emocionalmente con ella.”

Antes del salto digital: observar, tocar, habitar
Frente al avance de las nuevas tecnologías —especialmente aquellas que imitan la inteligencia humana—, el valor ético tiene un rol esencial. Su uso no debe depender solo de lo que pueden hacer, sino de cómo decidimos integrarlas en nuestras vidas. Tal como advierte la arquitecta Dolores Victoria Ruiz, nuestra relación con estas herramientas debe estar guiada por principios profundamente humanos: la empatía, la creatividad, el pensamiento crítico, la gratitud, la compasión, el arraigo en la naturaleza y una mirada positiva del mundo.
Para Ruiz, incorporar estos valores desde la primera infancia es clave, porque crecer entre pantallas no convierte a los niños en seres tecnológicos. “Debemos respetar y proteger su condición de infancia humana y el ritmo natural de desarrollo de su cerebro. Respetar la pausa, la observación, el reposo, el lápiz y la mano; lo analógico. La infancia es extremadamente corta, y debemos dar mayor valor a esta etapa y a sus necesidades específicas. Cultivar la observación y el vínculo con el entorno físico es clave antes de dar el salto a lo digital y lo virtual.”
Ruiz insiste en que el desarrollo infantil debe ser mayoritariamente analógico hasta, al menos, los 12 años. “De poco va a servir que los niños y niñas naveguen con gafas de realidad aumentada por Roma o Cartago si no han desarrollado antes un arraigo y una apreciación profunda por el entorno físico —natural y construido— de su presente”, señala. “Si no conectas con el presente, es complejo establecer paralelismos y conectar el pasado con los posibles futuros.”
Un prompt necesita una idea, un objetivo. Si co-creamos imágenes sin un proceso educativo previo, el resultado será visualmente más claro, pero repetiremos los mismos errores: barrios con coches, aceras estrechas, poco arbolado y colegios sin espacios lúdicos.


IA al servicio de lo humano (y lo urbano)
Dolores Victoria Ruiz afirma que lo verdaderamente urgente no es debatir sobre la temporalidad de la inteligencia artificial, sino comenzar a integrarla como un complemento que impulse nuevas formas de expresión, comunicación y pensamiento, mejorando la educación actual en las escuelas.
Para ella, vivimos en una época en la que “la atención está fragmentada y el pensamiento crítico está en peligro de extinción, por el ritmo frenético y la desinformación que imponen las redes sociales”, por lo que la IA podría convertirse en un catalizador para transformar la manera de enseñar. Cree que la oralidad cobrará un nuevo protagonismo, junto con la capacidad de argumentar y contrastar información de forma rigurosa. “Si la integramos bien, puede que le demos la vuelta a esa deshumanización que se atisba”, y recuperemos el valor de la presencia y las relaciones humanas en escuelas, universidades y empresas.
Esta misma mirada crítica y constructiva se extiende al ámbito urbano, donde la IA también puede facilitar nuevas formas de participación ciudadana y construcción colectiva del espacio. Desde su experiencia profesional, Dolores destaca el potencial positivo de la IA generativa, especialmente en el trabajo con comunidades.
“Si antes se necesitaban semanas de trabajo técnico y costes inasumibles para elaborar planos o modelos 3D a partir de ideas ciudadanas, hoy es posible presentarlos de forma ágil, accesible y comprensible para todo tipo de público. Esto abre la puerta a procesos de cocreación más democráticos, inclusivos y eficaces. Las personas pueden ver los resultados de sus ideas casi en tiempo real, y será el intercambio comunitario lo que marque la dirección a seguir.”


Todo está conectado: ¿cómo co-crear sin excluir?
Para Dolores Victoria Ruiz, excluir a la infancia del diseño urbano no es solo una falla técnica, sino una falta de sensibilidad. “Es una cuestión de ego y falta de empatía de quien diseña”, señala. “Es diseñar desde un sillón, sin acercarse a la escala del usuario y sus necesidades reales.” Para ella, tanto quienes proyectan como quienes legislan “necesitan caminar más. Tocar más. Sentir el sol y la lluvia en su cuerpo. Recorrer el espacio sobre el que van a legislar o proyectar.”
Cuando se habla de ciudad e infancia, insiste, no basta con parques o juegos: “Tenemos que hablar de tiempo.” Niños y niñas pasan la mayor parte del día entre colegio, actividades y traslados. “No tienen tiempo ni autonomía para caminar.” El problema, entonces, no es solo el diseño del espacio, sino también el modelo de vida que lo condiciona.
Para abordar esta complejidad, Ruiz propone la ecosofía como un camino para comprender la ciudad como un sistema vivo, interdependiente, donde todo está conectado. La describe como “mirar el entramado de raíces de un bosque y el sistema micelar desde la Outlook Tower de Patrick Geddes”: una visión que exige amplitud, profundidad y conciencia del impacto de cada acción.
Desde esa perspectiva, la participación ciudadana no puede limitarse a una consulta simbólica. Requiere procesos pedagógicos que permitan imaginar otras formas de habitar. Solo entonces, herramientas como la inteligencia artificial podrán realmente enriquecer los procesos de diseño, facilitando la expresión de quienes no dominan lenguajes técnicos o gráficos.
“Un proceso de cocreación será verdaderamente horizontal y significativo cuando esa infancia, o esos adultos, hayan tenido exposición a conocimientos y narrativas de lugares que lo están haciendo mejor, en términos ambientales, sociales o patrimoniales.”


La IA suma, pero la conexión transforma
La experiencia de Dolores Victoria Ruiz en barrios, escuelas y espacios públicos ha tenido siempre un mismo objetivo: acercar el conocimiento arquitectónico y la idea de una ciudad sostenible a quienes más lo necesitan. Así nació Little Architects en Londres, trabajando con miles de niños y niñas en situación vulnerable, en contextos donde “el acceso a la cultura —o incluso el interés por ella— no era una prioridad para muchas familias debido a su precaria situación económica”.


Siguiendo los ideales de Yona Friedman o Ruth Asawa, su trabajo —hoy continuado en Andalucía— busca despertar una mirada crítica, fomentar el activismo por el entorno y estimular la creatividad para transformar los barrios. Esa reconexión es esencial en la era digital: no se trata solo de usar nuevas herramientas, sino de formar ciudadanía atenta, sensible y capaz de imaginar futuros más justos. Diseñar, dice Ruiz, no puede desligarse del cuerpo, del territorio ni del sentido de comunidad.
Si las generaciones futuras recuperan el interés por lo que las rodea —si despertamos de nuevo su mirada y su atención—, los diseños que hagamos se verán enriquecidos con el uso de la inteligencia artificial. Pero, si la desconexión y el desinterés por la ciudad continúan creciendo, la tecnología, lejos de empoderar, podría vaciar de sentido los procesos de participación ciudadana.
Profundiza en el trabajo de Dolores Victoria Ruiz Garrido aquí.


















