
Hace exactamente un año, el 4 de agosto de 2020, la tercera mayor explosión no nuclear jamás registrada destruyó casi la mitad de la ciudad de Beirut, arrasando el puerto y la parte oriental de la capital. Una de las mayores tragedias urbanas de los tiempos modernos, mató a más de 200 personas, hirió a miles y dejó a unas 300.000 personas sin hogar, dañando más de 80.000 espacios comerciales, residenciales y públicos. La explosión, que se sintió en todos los países vecinos, despojó a las construcciones de la ciudad de sus revestimientos, armazones y elementos de cristal, y derribó por completo otros edificios, dejando unos 15.000 millones de dólares en daños materiales, en tiempos de Covid, disturbios políticos y sociales, y colapso económico.
Un año después, poco ha cambiado. La situación se ha vuelto más difícil para los habitantes de Beirut. Todo en la ciudad sigue recordándoles ese día. Las principales preguntas siguen sin respuesta, las instituciones gubernamentales no han puesto en marcha ningún plan de rescate o de acción; ante la ausencia total del Estado, la sociedad civil se ha movilizado para tomar en sus manos los esfuerzos de reconstrucción.