Barcelona, alegría y orden: las dotaciones naturales y artificiales de una ciudad ejemplo

CityMakers está trabajando con Archdaily para publicar una serie de artículos, conversaciones y entrevistas con los diferentes actores de la coproducción de ciudad que están detrás del CityMakers Barcelona Lab 2022, un evento que tendrá lugar del 14 al 18 de Noviembre. En esta ocasión, Camilo Osorio, Arquitecto y Máster en Desarrollo Urbano y Territorial de la Universidad Politécnica de Cataluña - Barcelona Tech, nos presenta su artículo "Barcelona: Alegría y Orden. Las dotaciones naturales y artificiales de una ciudad ejemplo".

Cuando nos planteamos hacer un artículo científicamente solvente, nos ponemos a menudo en la tesitura de evitar anécdotas o, simplemente, el relato de experiencias que nos han marcado de alguna manera en lo personal. Contrariamente, y acaso sin advertirlo, lo que nos conduce a ofrecer una tesis verosímil, no desecha de facto vivencias intrínsecamente personales. Por ejemplo, es bastante probable que Jane Jacobs (4 de mayo de 1916, EE. UU.), llegará a la conclusión de que una calle es más segura cuando en ella se da una vigilancia informal (“los ojos en la calle”), gracias a que, entre otras, ella misma caminara por las calles de algunas ciudades. Esto denota el poder concluyente de la observación.

Así pues, todas, o casi todas las vivencias que nos permiten entender mejor el mundo, tienen a su haber el conocer nuevos lugares o nuevas personas. Al final nosotros somos, incluso en lo profesional, los lugares donde hemos estado y las personas que hemos conocido. Es por ello que me atrevo a escribir en primera persona, para relatar cómo he arribado a la conclusión de que Barcelona es lo que es, porque allí se juntan dos valores: la alegría y el orden.

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Barrios Poble Sec y Sant Antoni de Barcelona: Imagen del archivo digital público. Image Cortesía de CityMakers

Todo comenzó hace 10 años, cuando vivía en Londres y Víctor Torres me invitó a conocer Barcelona, ciudad en la que él vivía. Coincidió que aquel fin de semana se celebraba allí la fiesta de La Merce, una suerte de fiesta popular de pueblo, pero, en este caso, a nivel ciudad. Cada esquina rebosaba de alegría: conciertos, muestras artísticas, festivales, y todo tipo de actividades culturales y de ocio que hacían de una ciudad, ya de por si vibrante, una especialmente atractiva para todos quienes, como yo, vivían en ciudades grises y agitadas.

Ese fin de semana, Barcelona dejó en mí una profunda inquietud sobre las cualidades que debía tener una ciudad para ofrecer más calidad de vida a sus habitantes. Encontré entonces que el sol, la buena comida, el mar y las sonrisas podrían hacer menos pesada la cotidianidad de una urbe; cosas que cada tanto echaba de menos en Londres. Por decirlo de alguna manera, eran a mi entender características asociadas más a la alegría o que, por lo menos para muchos, evocan la alegría. Todo ello me haría volver a Barcelona con frecuencia y más tarde radicarme allí.

Mi búsqueda de una ciudad en donde encontrara una relativa plenitud (o cualquier cosa que se le parezca), me hacía pensar que la alegría, en su sentido más amplio, no era más que un valor fundamental para que una ciudad fuera un buen lugar para vivir. Sin embargo, ella sola nunca sería suficiente para alcanzar tan loable objetivo. Si hay sol, mar y sonrisas, pero una movilidad enloquecida, un aire contaminado, un espacio público insuficiente o de mala calidad, o unos equipamientos decadentes o inexistentes, no hay ciudad para la vida; o no tanto para la vida que rasca la plenitud. En cualquier caso, aun desconociendo si Barcelona también estaba dotada de estas cosas man-made, decidí mudarme, impulsado solo por el sol, el mar y las sonrisas.

Una vez mudado a Barcelona, la ciudad me mostró, en efecto, un orden creado por el hombre. Era el orden de su morfología y de sus calles, de su red de transporte público, y de sus equipamientos y servicios próximos. Todo ello era pues, a mi entender, un orden artificial y espléndido creado para que la gente viviera con menos agobio la vida diaria.

Especialmente en los primeros años, recorría con gran asombro el Distrito del Eixample, el de Cerdá; usaba los buses y trenes que me llevaban de un lugar a otro con extraordinaria eficiencia; estudiaba en las bibliotecas públicas contemplando los interiores de manzana ajardinados; y hacía la compra semanal en un mercadillo a menos de una cuadra de casa. No podía quejarme. 

Posteriormente comencé a trabajar en el Distrito del 22@, y veía cómo se asentaban allí cantidad de startups y tech pymes en una zona antiguamente industrial, árida y vacía de noche. Muchos fines de semana me “iba de cañas” a pequeños bares de barrio en donde se comenzaban a implementar las supermanzanas en sus versiones tácticas. Pasaba horas leyendo en los jardines de los interiores de manzana, muchos de ellos recuperados para compensar la escasez de parques y zonas verdes. En verano me tumbaba en las playas de La Barceloneta, de Bogatell y del Fórum, todas ellas patios traseros de industrias contaminantes antes de los Olímpicos del 92. En definitiva, la experiencia de vivir en Barcelona me hizo ver cómo una ciudad, que poco prometía hacía tan solo tres décadas, le daba paso a la calidad de vida, a las oportunidades, a las comodidades y al curso diario de una vida “normal” y digna; sin tantos miedos. Así pues, sin pensarlo demasiado, me fui quedando en Barcelona hasta completar allí seis años.

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Parc de La Solidaritat en Barcelona. Fotografía Camilo Osorio. Image Cortesía de CityMakers

Muy al norte del mundo encontraba orden, pero no alegría, y muy al sur del mundo encontraba alegría, pero no orden. Por eso me quedé en Barcelona, porque tenía un poco de los dos.

Si me permiten una última anotación, y casi a manera de pie de página, Barcelona, a pesar de contar con todas estas dotaciones relatadas, y de la experiencia de vivirla al máximo y aprender de ella, tiene todavía una deuda pendiente por saldar: la cohesión social. No es del todo entendible que una ciudad, que ha sido global y de acogida, esté siendo manchada por la tara del nacionalismo fanático y silenciosamente fracturante. Cuando la ciudad tenga una misión que una a todos sus habitantes, que no solo la haga alegre y ordenada, sino también global y libre de cualquier fractura social o nacionalismo recalcitrante, será entonces la mejor ciudad del mundo.

Camilo Osorio es Arquitecto y Máster en Desarrollo Urbano y Territorial de la Universidad Politécnica de Cataluña - Barcelona Tech. Es especialista en urbanismo y seguridad urbana. Por más de 15 años ha desarrollado proyectos arquitectónicos y urbanísticos alrededor del mundo, especialmente en Colombia, México, Inglaterra, China y España. Ha trabajado además con gobiernos locales en el diseño e implementación de políticas públicas para el desarrollo urbano, vivienda social y rehabilitación de barrios, y ha participado como ponente en múltiples congresos.

Sobre este autor/a
Cita: Camilo Osorio. "Barcelona, alegría y orden: las dotaciones naturales y artificiales de una ciudad ejemplo" 16 sep 2022. ArchDaily en Español. Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/989046/barcelona-alegria-y-orden-las-dotaciones-naturales-y-artificiales-de-una-ciudad-ejemplo> ISSN 0719-8914

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