
El uso de materiales basados en la tierra aparece en dos prácticas a lo largo de la historia: en la construcción de edificios y -mucho menos conocida o comprendida de forma concluyente- en ciertos patrones de consumo alimentarios. En pocas palabras: el suelo, el más importante recolector de nutrientes de la tierra, puede utilizarse tanto para construir como para comer.
En lo que respecta a las prácticas de construcción, los materiales de tierra se encuentran entre los más antiguos conocidos por la humanidad, con estructuras milenarias y que siguen dando cobijo a aproximadamente un tercio de la población mundial[1]. Se trata de un material vernáculo en el sur del mundo, al igual que en Alemania, Francia y el Reino Unido, donde sólo en Europa Occidental se pueden encontrar más de 500.000 viviendas de tierra [2]. Mientras tanto, en lo que respecta a la alimentación a base de tierra, tanto las prácticas culturales como los comportamientos individuales que implican la ingesta de materiales de tierra se han registrado durante siglos en todo el mundo: en África, los caribeños, Oriente Medio, la antigua China y Europa. "Recetas", por así decirlo, como la Calabash Chalk, utilizan tierras ricas en arcilla, ya sea para ritos religiosos, como medicina o para saciar antojos habituales [3].
A pesar de las numerosas similitudes y de las rutas históricas y geográficas casi paralelas, hasta donde sabemos, nunca se han comparado o combinado ambos fenómenos. El proyecto [EAT ME BUILD ME] pretende llenar este vacío examinando las historias paralelas y haciéndolas converger a través del estudio de la estructura mineralógica de los materiales terrestres.
