Lo que podemos aprender sobre el espacio público de Cuba

Este artículo se publicó originalmente en CommonEdge con el título "What Landscape Architects and Urban Designers Can Learn About Public Space From Cuba."

Ciertamente era para lo que había venido: me encontraba sentado en un camellón amplio y adoquinado, mirando a las personas interactuar en el ámbito público. Era una tarde de agosto en Cuba, había encontrado un respiro temporal del áspero sol bajo una variedad de árboles al azar. Mi trabajo de diseño como arquitecto paisajista se centra en los parques, los paisajes urbanos y los campus académicos. Me interesaba ver qué tan diferentes podrían funcionar los espacios abiertos de Cuba.

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Algo en la escena me recordó de inmediato a Kevin Lynch, el gran urbanista y teórico mejor conocido por su influyente libro de 1960, La imagen de la ciudad. Media década antes de esa tarde bañada por el sol, me encontraba empezando a administrar proyectos por primera vez, por lo que me parecía divertido indagar en el archivo. Al final de su vida, los diversos manuscritos, documentos y bocetos de Lynch fueron entregados al Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde ahora se encuentran en un archivo. Mi jefe, director de Richard Burck Associates, se encontraba interesado en las teorías de Lynch sobre la percepción urbana y cómo podrían superponerse con los legados del diseño del paisaje. Como resultado, tuve la tarea de hojear casi todas las páginas de los archivos de Lynch, tomar notas y completar una multitud de formularios de solicitud de reproducción.

Una fotografía suelta en Box #8 se destacó entre todas las demás. Ni el lugar ni el fotógrafo están documentados, pero el significado de la imagen llama la atención. Dos formas humanas, quizás jornaleros, estudiantes universitarios o borrachos, yacen boca arriba en la pequeña isla de sombra proyectada por un árbol joven en un césped abierto. Leyendo como si se tratara de un diagrama, la imagen captura a los habitantes del paisaje que buscan refugio del sol. La claridad de esta instantánea se alojó en mi mente.

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© Sam Valentine

Luego, en el verano de 2016, llegué a La Habana, Cuba. Tierra de misiles rusos y autos clásicos americanos. Guerras frías y hombros fríos, un embargo de bienes y de personas congelados en el tiempo. Como estadounidense que ingresaba a Cuba por primera vez, me di cuenta del bagaje cultural que cargaba y rápidamente vi que se deshacía. Desde el mostrador de inmigración en adelante, no encontré ni rastro de esta frialdad advertida. Cuba era todo calidez en la sinceridad de sus sonrisas y la altura de su mercurio.

Durante 10 días seguí el circuito panorámico que había trazado a través de los pueblos rurales de la isla, viajando a pie, en autobús, en un taxi moderno y, por supuesto, los famosos almendrones de Cuba, que eran tan musculosos, coloridos y unidos como mi guía había prometido. El viaje no fue lo suficientemente largo, pero a través de las provincias de Matanzas, Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos y La Habana pude ver lo urbano y lo rural; playas, campos de cultivo y montañas; calles flanqueadas por una contradicción de edificios modernos y arquitectura colonial famosa.

En el momento en que viajé, los ciudadanos estadounidenses disfrutaban de una breve ventana durante la cual se nos permitía realizar viajes de investigación autoguiados a Cuba, aunque técnicamente se requería la preparación de ciertos trámites burocráticos. Aparentemente, estaba en el país para “investigar, a tiempo completo, enfoques cubanos únicos para el diseño arquitectónico del paisaje de parques y plazas públicas”. Mientras sudaba mi nueva guayabera, esta declaración notariada que llevaba en mi persona no estaba lejos de la verdad. Pasé horas observando las múltiples formas en que se usaban las calles, plazas y paseos de Cuba. Un día, alrededor del mediodía, tuve una epifanía vergonzosamente tardía bajo el sol abrasador.

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© Sam Valentine

El teórico urbano Jan Gehl, en su primer capítulo de Life Between Buildings, simplifica todas las actividades humanas al aire libre en tres categorías: "actividades necesarias, actividades opcionales y actividades sociales". Las actividades necesarias incluyen los desplazamientos necesarios de los peatones al trabajo y la escuela, la entrega de correo y paquetes, así como los recados de punto a punto. Las actividades opcionales, que incluyen caminar o trotar para hacer ejercicio, “estar de pie disfrutando de la vida, o sentarse y tomar el sol”, ocurren solo cuando “el clima y el lugar invitan” a las personas a realizarlas. Las actividades sociales, que se basan en la presencia de otras personas que participan en lo necesario y lo opcional, incluyen "niños jugando, saludos y conversaciones, actividades comunitarias... [y] la actividad social más extendida... simplemente ver y escuchar a otras personas".

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Con un fuerte sol cubano en lo alto, los espacios abiertos ordenaron las actividades de Gehl como un colador ante mis ojos. Al mediodía en el pueblo de Trinidad, los visitantes holgazaneaban juntos en los bordes de la Plaza Mayor, participando en una mezcla de actividades opcionales y sociales en una acera alta a la sombra de un edificio colonial de un solo piso. Horas más tarde, con el sol inclinado poco hacia el oeste, la franja de sombra se había desvanecido y el mismo trozo de plaza se había vuelto inhóspito. Ahora las únicas personas que se veían estaban en la distancia, agrupadas bajo el santuario sombreado de los árboles.

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Mientras la Plaza Mayor trazaba un diagrama simple de comodidad frente a incomodidad debido a la exposición solar, las cosas se pusieron aún más interesantes en la esquina noreste. La superficie de la plaza se vuelve cuesta arriba, una reminiscencia de la Plaza de España de Roma y media docena de árboles se extienden benévolamente sobre las terrazas empedradas, el lugar que describí en mis oraciones iniciales. Aquí, las personas estaban agazapadas sobre sus teléfonos en una especie de diagrama orgánico de Venn, dibujado donde el contorno visible de las sombras de los árboles se superponía con el radio invisible de un centro WiFi público.

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Cuando una persona camina por un paisaje urbano, existen reglas tácitas de tránsito. La orientación puede cambiar de Manhattan a Melbourne, pero estas regulaciones no escritas y a menudo inconscientes, permiten que masas de extraños se muevan en corrientes (relativamente) suaves a lo largo de calles y aceras. Como urbanista, los conozco desde hace una década, sin embargo, ahí estaba yo, tropezando con los peatones en las aceras de La Habana, sintiéndome como pez fuera del agua.

A pesar de mi fracaso en captar rápidamente la lógica local del movimiento humano, los habaneros fueron pacientes. Durante un tiempo me quedé con una inquietud sutil pero profundamente arraigada, pero una vez que aprendí la lección se me quedó: la exposición extrema al sol exige una improvisación de los flujos de peatones. Para decirlo sin rodeos, la regla no escrita de las aceras de Cuba es la siguiente: “siempre manténgase a su derecha… a menos que el sol esté demasiado caliente”.

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Si bien Gehl deja en claro que las actividades opcionales y sociales están dictadas por la calidad ambiental, lo que vi fue un calor extremo y un resplandor que desviaba hacia la sombra incluso el recorrido peatonal necesario, incluso cuando requería que un peatón tomara una ruta más larga con cruces de calle extraños.

De mi infancia en Georgia, solo puedo recordar vagamente una expresión idiomática sobre "incluso los perros son lo suficientemente inteligentes como para sentarse a la sombra". No se me escapa que todas las observaciones que comparto aquí podrían etiquetarse como sentido común. Sin embargo, a pesar de la clara influencia que el sol tiene en la comodidad humana, el análisis de la exposición solar con demasiada frecuencia se presenta como una ocurrencia tardía en la creación de grandes patrones, la expresión arquitectónica y la materialidad.

A pesar del gobierno totalitario del que tanto se habla en el mundo, los espacios públicos cubanos que observé parecían menos prescriptivos, más flexibles y a menos que todo fuera un ardid complejo, mucho más democráticos que la mayoría de los parques y paisajes urbanos de los EE. UU. fue una mezcla informal e imperceptible de vías públicas con escalinatas semiprivadas que, junto con calles de baja velocidad y prioritarias para peatones, crearon centros urbanos socialmente activos y flexibles.

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El diseño del espacio público debe responder no solo a las personas y no solo a la naturaleza. Los paisajes amplios, flexibles y variados preservan la capacidad de los peatones para desplazarse informalmente y buscar la sombra (o, como en Boston durante el invierno, buscar el sol), esto es fundamental para la permanencia casual de los usuarios. El sol casi determina el éxito de un espacio abierto, por eso cuando los urbanistas, arquitectos y arquitectos paisajistas ignoran sus impactos, lo hacen bajo su propio riesgo. Al igual que la impactante foto de Lynch, las lecciones que aprendí en Cuba se han grabado en mi memoria y se han trasladado a mi práctica profesional: el vínculo entre el sol y los humanos que dependen de él es innegable e ineludible.

Sobre este autor/a
Cita: Valentine, Sam. "Lo que podemos aprender sobre el espacio público de Cuba" [What We Can Learn About Public Space From Cuba] 20 mar 2022. ArchDaily en Español. (Trad. Arellano, Mónica) Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/915834/lo-que-podemos-aprender-sobre-el-espacio-publico-de-cuba> ISSN 0719-8914

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