En la imagen cuento 38 automóviles viajando de oriente a poniente por el Paseo de la Reforma, que de paseo por esos lados tiene poco. Son las 2 de la tarde, no es hora punta, y el tráfico es, por decir lo menos, pesado, casi a vuelta de rueda. La velocidad no es superior a los 10 kilómetros por hora, inferior a la del intrépido ciclista que se cuela en el río motorizado, quien va más rápido pero arriesgando el pellejo en un entorno donde el pedaleo es cosa de avezados.
En medio de los 38 automóviles se advierte la presencia de un microbús. Con toda seguridad es el que va más lento de todos. Va lento porque tiene que hacer paradas continuas para recoger y dejar pasajeros, paradas particularmente continuas en el modelo escasamente regulado en que se desenvuelven las rutas tradicionales de microbuses en la Ciudad de México, donde los ingresos del operador dependen directamente del número de pasajeros transportados. Va muy lento porque generalmente circula por la derecha, en un carril compartido donde es común encontrar otros vehículos estacionados, que circulan lento, o que están esperando su turno para girar a la derecha. Va lento porque no goza de ni una clase de privilegios a la hora de circular, a pesar de que es por lejos el más eficiente de los modelos motorizados de la foto, al menos a la hora de comparar las superficies de pavimento requeridas para mover gente.